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BREVE MILENIO EN MÜNSTER (y 2)

La prematura muerte de Matthys en la Pascua de 1534 podría haber marcado el fin de la insurrección anabaptista en Münster, pero Jan Bockelson (Jan de Leiden) toma el relevo con sorprendente energía.


Es hijo ilegítimo de un regidor y ha recibido la educación suficiente para poder aparentar cierta cultura. Es aficionado al teatro, y parece que incluso ha llegado a escribir alguna obra. Sin embargo ha acabado empleándose como aprendiz de sastre, algo que juzga muy por debajo de sus méritos. Además, cuando ha conseguido reunir algo de dinero para embarcarse en operaciones mercantiles lo ha perdido inmediatamente. Por lo demás, es joven, guapo y elocuente, y sabe cómo provocar el delirio de la masa. Demostrará, además, tener grandes capacidades de organizador. En Münster tendrá ocasión de trasladar su visión teatral a la realidad, asumiendo él mismo el papel de protagonista absoluto y dejando a los habitantes reducidos a la condición de decorado.

El primer acto público de Bockelson como líder político y religioso es poco convencional: corre desnudo por las calles en un estado de frenesí y cae en un estado catatónico que dura tres días. Cuando recobra el habla reúne a la población y le anuncia que la anterior constitución de la ciudad, creada por los hombres, debe ser sustituida por otra dictada por Dios [1]. Con la nueva carta los burgomaestres y el Consejo quedan desprovistos de sus funciones, y son sustituidos por el propio Bockelson y Doce Sabios escogidos por Dios. Hay que reconocer la astucia divina en la elección de los Doce Sabios: incluye miembros de los gremios, patricios de la ciudad, y los más notorios alborotadores de entre los inmigrantes neerlandeses, lo que le garantiza escasa oposición. Este nuevo consejo recibe «autoridad sobre todas las materias públicas y privadas, materiales y espirituales, y poder sobre la vida y la muerte de todos los habitantes de la ciudad». Un nuevo código legal es redactado, en el que la máxima pena es otorgada con liberalidad ante ofensas contra Dios o, significativamente, contra sus representantes en Nueva Jerusalén. La ejecución de las sentencias queda a cargo del adaptable Knipperdollinck, a quien se le confiere la Espada de la Justicia y una guardia armada.

En principio el nuevo código castiga con la pena capital el adulterio y la fornicación, incluyendo en esta última el matrimonio con alguien no perteneciente a la secta anabaptista. En realidad los anabaptistas son aún más estrictos en cuestiones sexuales que católicos y luteranos, y por eso resulta sorprendente la nueva institución que Bockelson se propone introducir. Unas semanas más tarde, ante los atónitos Doce Sabios, el profeta de Leiden explica que Dios le ha dicho que el precepto «creced y multiplicaos» debe ser tomado en su forma más literal, una instrucción sorprendente para una ciudad sitiada con recursos limitados. La poligamia, continúa el profeta, no sólo debe ser permitida, sino exigida. Viéndolos poco convencidos, Bockelson refuerza sus argumentos con una apelación a la ira de Dios, ante lo cual los Sabios acatan la nueva doctrina y marchan obedientemente a predicarla. En esos momentos el número de mujeres en Münster casi triplica al de hombres, y algunos creen que Bockelson pretende que toda mujer esté bajo la protección de un hombre. Otros peor pensados piensan que el profeta, que ha dejado una mujer en Leiden, quiere eliminar obstáculos para casarse con Divara, la bella viuda de Jan Matthys. En cualquier caso la introducción de la poligamia obligatoria encuentra una resistencia aún mayor que la abolición de la propiedad privada. Se produce una revuelta, y Bockelson y Knipperdollinck dan con sus huesos en una mazmorra. Pero los rebeldes son rápidamente derrotados y ejecutados, y lo mismo ocurre con los que en las semanas venideras se atreven a criticar la nueva institución, que pronto es aceptada sin rechistar. Bockelson predica con el ejemplo casándose con Divara. Pronto se casará con quince mujeres más, ninguna de las cuales, sin duda por prescripción de algún precepto bíblico sin especificar, es mayor de veinte años. Como la introducción de nuevas mujeres dentro de matrimonios establecidos resulta ser una fuente inagotable de conflictos, Bockelson se ve obligado a castigar los altercados domésticos con la pena de muerte. Pero ni siquiera esta amenaza consigue imponer la paz en la poligamia. Al final Bockelson se ve obligado a admitir el divorcio, una norma francamente innovadora para los severos anabaptistas.


Además del que dedica a regular el funcionamiento interno de la ciudad, y a atender regularmente a sus dieciséis mujeres, Bockelson aún encuentra tiempo para la defensa de la ciudad, y en esto demuestra ser un excelente organizador. Impone una disciplina férrea, que contrasta con la de que predomina en el campo de los sitiadores. Las tropas del obispo Franz von Waldeck están integradas en gran parte por mercenarios, y Bockelson se dirige a ellos para que se unan a la causa: en junio convence a unos 200. En agosto de 1534 el obispo, reforzado con tropas del arzobispado de Colonia y del ducado de Cleves, lanza un fuerte ataque que Bockelson consigue repeler. Las desmoralizadas tropas del obispo desertan en masa, y el asedio es momentáneamente levantado. Bockelson tal vez podría haber aprovechado para hacer una salida e infligir una derrota decisiva, pero en lugar de ello decide proclamarse rey.

El procedimiento que emplea dice mucho de su carácter. Justo después de la batalla aparece en Münster un nuevo profeta llamado Dusentschur y convoca a la gente en la plaza de la catedral. Dios ha decidido, les cuenta, que Bockelson será rey del mundo, heredero del cetro y trono de David, y destinado a mantener el trono hasta que Dios en persona -si tal expresión es correcta- baje a ocuparlo. A continuación Dusentschur toma la Espada de la Justicia de manos de Knipperdollink, la confía a Bockelson, lo unge, y lo proclama Rey de Nueva Jerusalén. Bockelson cae de rodillas y protesta diciendo que él no es digno de eso, y durante unos instantes parece abrumado y presa de estupor. Finalmente se incorpora y se dirige a la masa reunida:

«De la misma manera fue David, un humilde pastor, ungido por el profeta y designado por Dios rey de Israel. Dios suele actuar así, y aquel que se opone a la voluntad de Dios se hace acreedor de su ira. Ahora se me ha dado poder sobre todos los pueblos de la tierra, y el derecho a usar la espada en defensa de los justos y para confundir a los malvados. Así que no dejéis a nadie en esta ciudad que resista la voluntad de Dios, o será sin más dilación muerto por la espada».

A pesar de la admonición un murmullo de protesta recorre el populacho. Vergüenza debería daros, dice Bockelson, murmurar contra lo ordenado por el Dios de los Cielos. La multitud se aleja poco convencida. A lo largo de los siguientes días predicadores enviados a tal fin se dedican a explicar que Bockelson es nada menos que el Mesías profetizado en el Antiguo Testamento, y a partir de ese momento todo empieza a girar alrededor de él. Los nombres de las calles y los días de la semana son cambiados, y el Mesías se encarga de asignar los nombres a los recién nacidos. Para enfatizar la importancia única del evento, Bockelson acuña monedas con su efigie y un emblema diseñado para simbolizar su poder: un globo atravesado por dos espadas, la correspondiente al dominio espiritual y al temporal, circundado por el lema “El poder de Dios es mi fuerza”.


Desde ese momento el Rey Bockelson recorre la ciudad sitiada llevando magníficos vestidos y adornado con anillos, cadenas y espuelas fabricadas con el oro requisado previamente. Es organizada una vistosa corte real, abundante en caballeros, edecanes y oficiales. Divara es nombrada reina consorte, y se le asigna a su vez un cortejo en el que, entre otras, figuran las restantes mujeres del rey. Para alojarlas convenientemente requisa unas cuantas mansiones de ricos comerciantes. Un trono, revestido con telas bordadas de oro y flanqueado por estrados destinados a la corte, es erigido en la plaza de la catedral, rebautizada como Monte Sión. El Rey, anunciado por heraldos y fanfarrias, acostumbra a llegar a caballo llevando su espada y su cetro. Siempre que se encuentra en el trono está flanqueado por dos pajes, uno con un Antiguo Testamento para recordar que es el sucesor de David, y otro con una espada desnuda para que nadie lo olvide. Allí enjuicia los casos que son llevados ante él, o se limita a escuchar a los predicadores. El siempre versátil Knipperdollink ha sido nombrado consejero principal, y Rothmann orador real.

La pompa de la corte contrasta notablemente con la austeridad de los ciudadanos de a pie, que, por indicación del profeta Dusentschur, han sido despojados de toda su lencería y vestuario salvo el mínimo exigido por el decoro. Para apaciguar el descontento Bockelson recurre a los argumentos más imaginativos. A él le está permitido el lujo porque está por encima de las tentaciones, tanto las del mundo como, a pesar de sus dieciséis mujeres, las de la carne. Cuando Dios baje a la tierra ellos estarán en su misma situación, y del mismo modo que él ahora no le darán la menor importancia.

Pero la herramienta definitiva que Bockelson se reserva para controlar la situación es la intensificación del terror. Pronto Dusentschur anuncia que Dios le ha revelado que todos los que murmuren contra la verdad revelada deben ser denunciados, llevados ante el rey y juzgados. Comienza una nueva serie de ejecuciones por variadas ofensas contra la verdad revelada: una mujer es decapitada por denegar al marido su derecho marital a la coyunda; otra por bigamia, pues sólo los hombres están autorizados a tener varias parejas; una tercera por burlarse de un predicador. Prudentemente el Rey Bockelson organiza una guardia personal fuertemente armada integrada por forasteros como él, cuya fidelidad se cuida de mantener a base de dinero y prebendas.

La vida en Münster es azarosa y teatral. Un día Dusentschur anuncia que Dios va a hacer sonar tres veces una trompeta, y que a la tercera los habitantes deben reunirse en la catedral y hacer una salida contra el ejército del obispo, que para entonces ha vuelto a sitiar la ciudad. A intervalos de dos semanas el sonido de la trompeta se escucha en la ciudad, y a la tercera la resignada población se reúne en la plaza, sólo para encontrarse con que el Rey les anuncia que sólo ha sido una prueba para probar su lealtad y a continuación les ofrece un banquete. Para desgracia de sus habitantes Münster era una ciudad rica antes del asedio, y ahora el Rey Bockelson utiliza los recursos requisados para prolongar su agonía. Emplea ingentes cantidades de oro para estimular rebeliones en ciudades vecinas. En enero de 1535 una fuerza de mil anabaptistas armados intenta dirigirse a Münster para levantar el asedio, pero son desbandados. En marzo 800 anabaptistas se atrincheran en un monasterio de Frisia y son exterminados. En Minden un anabaptista apoyado por el populacho intenta tomar el poder y establecer un sistema igual al de Nueva Jerusalén. Incluso en mayo un agente pagado por Bockelson consigue reunir unos adeptos y tomar el ayuntamiento de Ámsterdam. Además de los intentos por propagar su doctrina, Bockelson intenta infructuosamente reclutar un ejército de mercenarios. Todo será en vano.


Mientras tanto el obispo von Waldeck no ha estado inactivo. A finales de 1534 ha conseguido apoyo militar de los estados del alto y bajo Rin, y en enero de 1535 por primera vez Münster queda completamente aislada del exterior. Ahora sólo queda esperar a que el hambre haga su trabajo. En abril todos los perros, gatos, caballos y ratones de Münster han desaparecido, y la dieta de sus habitantes comienza a incluir hierba, zapatos viejos y los cuerpos de los muertos. La visión de cadáveres por las calles se convierte en un espectáculo habitual. Desde luego el hambre no alcanza los aposentos del Rey Bockelson y su corte, que multiplica sus apariciones para anestesiar a la multitud. Organiza espectáculos y representaciones teatrales, pero la verdadera tragicomedia es la que ofrece el propio Rey y su suntuosa corte frente a un público de esqueletos en andrajos.

En abril de 1535 una Dieta Imperial se reúne en Worms y todos los estados del imperio aceptan suministrar fondos a la causa. A partir de ese momento la insurrección tiene los días contados. En mayo Bockelson permite que los famélicos habitantes que lo deseen abandonen la ciudad. Rechazados por los asediadores, vagan durante semanas por tierra de nadie muriendo a centenares. Finalmente el obispo permite pasar a los supervivientes, ejecuta a los anabaptistas más notorios y dispersa al resto por todos los rincones de su diócesis.

En los últimos actos del drama el Rey Bockelson incrementa aún más el terror. A comienzos de mayo divide la ciudad en doce secciones, cada una de ellas a cargo de un duque proveniente de su guardia personal, que recibe la promesa de ser nombrado efectivamente duque cuando el milenio comience. Siguiendo instrucciones reales todo aquel que murmura, que se reúne con otros ciudadanos, o que critica la política del Rey, es inmediatamente decapitado. Dependiendo de la magnitud de la ofensa, y para mayor edificación, su cuerpo es en ocasiones descuartizado y expuesto en lugares transitados de la ciudad.

El Rey Bockelson, que no tiene la menor duda de lo que le espera si cae en manos del obispo, está dispuesto a dejar que toda la población perezca, pero en junio de 1535 el drama llega a su fin. Dos habitantes se han escapado y han indicado al ejército invasor por donde entrar. El día 24, tras unas horas de intensa lucha, la ciudad es tomada. La pesadilla anabaptista en Münster ha durado un año y medio.


Todos los lideres anabaptistas mueren: Rothmann en los combates; la reina Divara decapitada por no renunciar a su fe. Bockelson es exhibido por toda la diócesis encadenado como una fiera salvaje. En enero de 1536 es devuelto a Münster, donde es públicamente torturado junto con Knipperdollink. Sus cuerpos son metidos en jaulas que son colgadas de una iglesia local. Las jaulas permanecerán allí por siglos. Los habitantes que habían huido regresan, y la ciudad vuelve a ser mayoritariamente católica. Para evitar aventuras futuras, sus murallas son demolidas hasta los cimientos.

Notas:
[1] Esta técnica se llamará en el futuro “ruptura del candado constitucional”.

Imágenes: 1) Jan Bockelson también conocido como Jan de Leiden; 2) La irresistible, aunque poco fotogénica, Divara de Haarlem; 3) Moneda acuñada por Bockelson; 4) El Rey Bockelson; 5) El obispo Franz von Waldeck; 6) Ejecución de Bockelson.

Bibliografía básica:
- Norman Cohn: En pos del milenio.
- A History of the Münster Anabaptists: Inner Emigration and the Third Reich: A Critical Edition of Friedrich Reck-Malleczewen's Bockelson: A Tale of Mass Insanity.
- Karl Kautsky: Communism in Central Europe in the Time of the Reformation.

Comentarios

Psykoaktive ha dicho que…
Buenos días Don Navarth,

muchas gracias por la serie del milenarismo. Después de dar muchas vueltas a qué decir, me quedo con el título de una de las obras de su bibliografía: una historia de locura de masas. Y de violencia. Y de la existencia de una lógica .... extraña.

Me recuerda a esta parte de Los Caballeros de la Mesa Cuadrada de los Monty Python, donde se juega con la "lógica medieval".

https://www.youtube.com/watch?v=Ux6fBfXOIuo

Saludos
viejecita ha dicho que…
Don Navarth
Me ha gustado mucho esta serie, y se la agradezco.
Pero a mí, ya me gustaría que el milenarismo que parece que nos va a llegar, fuese a durar sólo el año y medio que duró la de los anabatistas de Münster.
Porque si uno hace fotos de todo lo que posea, y las registra ante un notario, y manda fuera a sus descendientes con copias de esos registros, a uno le podrían meter en la cárcel, expropiar, y matar, pero al cabo del año y medio , sus descendientes recuperarían los bienes .

En cambio, no parece que haya muchas posibilidades de que los mandamases que han sucedido a los Bolcheviques milinaristas, vayan a devolver nada a los descendientes de los Kulaks, de los Rusos Blancos, de los Potocki polacos, de los que tenían una farmacia, una fabriquita, etc y que fueron desposeídos, desterrados, mandados a campos de exterminio, o asesinados por ellos ( Y no sólo por Stalin, que es el todo el mundo considera como malo, sino por el propio Lenin, quien empezó con ello... )
Y, en Cuba, por ejemplo, los que siguen reclamando que se les compense como mínimo , lo llevan bastante crudo. Y a poco que dure más el Régimen en Venezuela, cuando empiece a mejorar, a los expropiados y a los perjudicados , igual que a las Víctimas del Terrorismo, les darán de lado, para no poner en peligro la pazzzz.
Aunque esa pazzz esté fundada en la injusticia, en el crimen y en el robo.

Porque ha pasado demasiado tiempo.
Y porque, aunque parezca que se han civilizado, los milenaristas bolcheviques , islamistas radicales y secesionistas, habrán ganado.

¡Porca Miseria!
viejecita ha dicho que…
Porque habrá pasado demasiado tiempo.
Y ni es milinaristas sino milenaristas.
Y seguro que mi post está lleno de faltas de concordancia y de paréntesis sin cerrar.
Ya siento
navarth ha dicho que…
D. Psykoaktive, profetas, locura de masas y violencia, en efecto. Un patrón que se repite en el tiempo. Qué buenos Monty Python. A propósito, acabo de recuperar una serie inglesa de los 80, Yes Minister, que me parece que contiene toda la sabiduría política del mundo. Se la recomiendo a ambos fervientemente.

Pues plantea usted una muy interesante cuestión, Viejecita: la prescripción. ¿Cuál debe ser el plazo de prescripción de las cosa? ¿Tendría sentido reconocer ahora a los descendientes de rusos blancos derechos sobre las propiedades expropiadas a sus abuelos, o provocaría una inestabilidad social intolerable? De hecho ¿prescriben las personas? ¿Es uno a los 50 la misma persona que era a los 20? No hay una respuesta fácil.
Belosticalle ha dicho que…
Conocí un caso de paranoia que empezó de pronto así, con una carrera en cueros seguida de estupor y camisa de fuerza. Un sujeto por lo demás inteligente, muy buen compañero y muy querido de todos. Con dotes de organizador, oiga.

Uno se pregunta: ¿Cómo pudieron prosperar movimientos tan absurdos? ¿Cómo pudo prender en las masas esa patología colectiva del ‘entusiasmo’?
Cada caso histórico tiene su catalizador coyuntural, pero el líder es por lo general un tipo narcisista. Como este su Juan de Leiden; o como Mahoma, que lo tengo mano.

Paranoicos, pero no tontos. Siempre a punto el contestador automático celeste con el oráculo oportuno que justifique el golpe de timón.

Una sospecha, D. Navarht –a caballo entre esta entrada y la precedente–: ¿Fué un impulso interior lo que llevó a Matthys a su aventura suicida? ¿No se la soplaría a la oreja el sastre?

En fin, aquellos locos tuvieron su algo de teatral desmesura, que da para buenos relatos y novelas. Con los mesías del nuevo milenio laico, ni eso: bufones sosos aburridos.

El relato me ha hecho recordar a otro paranoico de aquel siglo: Lope de Aguirre, ‘el Loco’: o también, Príncipe del Perú, Tierra Firme etc. etc. Se llamaba a sí mismo ‘El Peregrino’. (Como su paisano Íñigo de Loyola, otro que tal narciso.)

Muy salado esto:

«Dios en persona (si tal expresión es correcta)... »

En efecto, ¿en cuál de las tres? Sin embargo, la expresión será correcta cuando los anabaptistas se vuelvan antitrinitarios.

Ya nos lo contará. Porque (como dijo el otro), «queremos saber más».
navarth ha dicho que…
Qué casualidad, Don Belosti, que los dos nos hayamos puesto a escribir sobre profetas. Y creo que su versión sobre la muerte de Jan Matthys es muy verosímil. Saludos.

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