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EL ÚLTIMO DE LOS INJUSTOS (y 2)

“No cabe duda de que, sin la cooperación de las víctimas, habría sido poco menos que imposible que unos pocos miles de hombres, la mayoría de los cuales trabajaban en oficinas, liquidaran a muchos cientos de miles de individuos. En su itinerario hacia la muerte los judíos polacos vieron a muy pocos alemanes”. Robert Pendorf. Asesinos y asesinados. Eichmann y la política de los judíos del Tercer Reich.

”Desde luego Eichmann no esperaba que los judíos compartieran el general entusiasmo que su exterminio había despertado, pero sí esperaba de ellos algo más que la simple obediencia. Esperaba su activa colaboración, y la recibió en grado verdaderamente extraordinario”. Hanna Arendt. Eichmann en Jerusalén.


En la primavera de 1942, Reinhard Heydrich, por entonces Protector de Bohemia y Moravia, encarga a Eichmann la organización del gueto de Theresienstadt [1]. En principio está pensado para acoger a los judíos checos, pero muy pronto se dedicará a su objetivo definitivo. El tratamiento de determinados grupos de judíos está planteando algunos problemas a los jerarcas nazis. Están, para empezar, los ancianos. No es que despierten mayores reparos morales, pero sí un deseo de mantener una mínima coherencia en la justificación del crimen. Para los nazis la destrucción de los judíos es un mero acto de autodefensa: según su versión, son los judíos los que conspiran para destruir la raza aria. Pero ni siquiera inmersos en esta visión delirante pueden defender seriamente que los ancianos suponen una gran amenaza para el Reich. Tampoco se sostiene muy bien el concepto de enemigos de Alemania aplicado a los judíos veteranos de guerra, aquellos que han combatido por ella en los campos de Europa y han obtenido condecoraciones. En el tratamiento de los veteranos judíos influye una consideración adicional: la Wehrmacht podría sentirse molesta si no recibieran cierta consideración, y tampoco en este caso subyacen razones humanitarias, sino mero corporativismo. Finalmente otro colectivo que el Reich considerará digno de un trato privilegiado es el de los judíos eminentes: artistas, escritores y personas destacadas de la sociedad que no han sido lo suficientemente prudentes como para emigrar a tiempo.


El gueto de Theresienstadt estará destinado a acoger a todos estos grupos, y funcionará así como una “aldea Potemkin” frente a todo el mundo. Frente al exterior Theresienstadt se presentará como un lugar ordenado donde judíos viven apaciblemente, trabajan y asisten a conferencias (ver vídeo). Servirá así para demostrar que los rumores de atrocidades nazis carecen de fundamento, y, convenientemente decorado, en el verano de 1944 llegará a acoger incluso una visita de la Cruz Roja. No menos importante, Theresienstadt servirá para tranquilizar las conciencias de los propios alemanes. Y finalmente se usará para engañar a los judíos, ya de por sí bastante predispuestos al autoengaño, con respeto a su funesto destino en el este. El mantenimiento de la mentira es decisivo para el correcto funcionamiento de la máquina de destrucción, y los nazis, conscientes de ello, se toman mucho trabajo para preservarla. En una ocasión unas decenas de judíos checos de Theresienstadt deportados a Auschwitz serán mantenidos con vida durante unas semanas, en un anexo del campo construido al efecto, con el exclusivo fin de que puedan mandar cartas a sus familiares y amigos y disipar así las sospechas sobre su sombrío destino [2].


Eichmann pone al frente de Theresienstadt a hombres de su confianza, y no descuida la obtención de la colaboración judía que, como en otros guetos y campos, resultará fundamental para el correcto funcionamiento de la maquinaria de destrucción [3]. En Theresienstadt los líderes judíos no sólo contribuirán a la organización del gueto. No sólo decidirán quiénes tienen que ser deportados en cumplimiento de los cupos exigidos periódicamente por las SS. También aportarán el verdugo del campo. Cuando el comandante de Theresienstadt ha dicho al Judenälteste [4] Jakob Edelstein que disponía de cuatro horas para, alternativamente, proporcionarle un verdugo judío o inaugurar la horca que acababa de erigir, la colaboración ha fluido inmediatamente. Esta diligencia no servirá de mucho a Edelstein, que acabará muerto a tiros en Auschwitz tras asistir al asesinato de su mujer e hijos.


Los sucesores de Edelstein serán dos conocidos de la etapa vienesa de Eichmann. El primero, el doctor Paul Eppstein. El segundo, que se convertirá en Judenälteste en septiembre de 1944 cuando, en recompensa a sus desvelos, Eppstein sea despachado por las SS con un tiro en la nuca, es Benjamín Murmelstein. Ambos continuarán la línea de colaboración emprendida por Edelstein. Pero en el caso de éste sus razones, el miedo y el deseo de seguir viviendo, han sido comprensibles y por tanto tranquilizadoras. Mucho más perturbadores resultan los esfuerzos por presentar la colaboración como la más racional de las opciones disponibles, una opción dirigida a minimizar daños.


En todas las zonas bajo la influencia alemana, los consejos y dirigentes judíos se comportan con una sorprendente uniformidad, colaborando con los nazis en su destrucción. Una razón frecuentemente alegada es esta: el sacrificio de unos cuantos salvará a muchos. Este era por ejemplo el argumento del jefe del Judenrat de Vilna: “Con cien víctimas salvo a mil personas; con mil salvo a diez mil”. Con este cálculo el doctor Kastner, en Hungría, salvará exactamente a 1.684 judíos gracias al sacrificio de unas 476.000 víctimas. El dramático error del planteamiento es éste: el escenario en el que los judíos deben escoger la ‘opción más racional’ ha sido diseñado por sus enemigos mortales. En estas circunstancias no es de extrañar que la ‘opción más racional’ sea la más conveniente para éstos, y que lo ‘racional’ resulte ser que los judíos colaboren en la maquinaria del exterminio de los judíos. Franz Stangl, comandante de dos campos de exterminio afirmará: he leído un libro sobre los lemmings; me recuerdan a Treblinka [5].

Incluso cuando el exterminio sea imposible de negar continuará la colaboración de los dirigentes judíos, aunque variarán las racionalizaciones. Así hablará el decano honorario de Theresienstadt Leo Baeck:

”Cuando surgió la cuestión de si los encargados del orden judío deberían ayudar a capturar a los judíos para la deportación, asumí la postura de que sería mejor que lo hicieran, porque al menos podían ser más amables y serviciales, y hacer menos dura la prueba. Cuando, por un preso fugado de Auschwitz, Baeck tenga noticia indudable de la suerte de los judíos renunciará a contarlo porque “vivir esperando la muerte por gas sería aún peor”. Todo, al parecer, puede hacerse más llevadero. Incluso esperar pacientemente el asesinato.


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¿Y Murmelstein? ¿Qué piensa ahora de todo ello? En sus conversaciones con Lanzmann comienza presentando sus logros como Judenälteste. Gracias a él, cuenta, el gueto consiguió funcionar de manera ordenada. Murmelstein narra con orgullo algunos episodios, como cuando consiguió habilitar unos desvanes para tratar a unos pacientes infectados de tifus. Pero ¿son importantes los desvanes en mitad del cataclismo? ¿Es relevante tener hechas las camas cuando el trasatlántico está hundiéndose? La única manera de mantener penosamente cierta lógica es acortar artificialmente el campo de visión, de modo que sólo abarque el camarote y el presente. Pero el interrogatorio de Lanzmann es persistente, y, sobre todo, Murmelstein es demasiado inteligente como para sostener un relato que chirría estrepitosamente. A veces parece que lo que escucha de sus propios labios lo induce a burlarse de sí mismo. Pronto afloran otras motivaciones, mucho más comprensibles, que el espectador puede suponer extrapolables a otros consejos judíos: la supervivencia, el sexo (en el relato de Murmelstein pueden entreverse la existencia de favores sexuales para eludir la inclusión en las listas de deportación), el poder... ¿El poder? ¿Sometidos a los nazis? Pues sí. Aparentemente ni siquiera en el infierno desaparece esa pasión humana. Es significativo el caso de Chaim Rumkowsky, al que llaman Chaim I, decano de los judíos de Lodz que imprime papel moneda con su firma, sellos con su efigie, y se pasea por el gueto en un destartalado coche de caballos. Teníamos poder dentro de la impotencia, cuenta Murmelstein.

Lanzmann mantiene sus conversaciones con Mulmerstein en los 80. ¿Por qué tarda treinta años en mostrarlas? Tal vez porque pertenecen a una de las piezas más difíciles de encajar en Shoah. O sencillamente porque Murmelstein es irresistiblemente simpático a su pesar. El espectador no es en absoluto inmune a este magnetismo, y cuando ve a ambos despedirse amistosamente en el Foro romano siente que le habría gustado seguir escuchando a Murmelstein una vez que la cámara se ha apagado.
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NOTAS
[1] En checo Terezín.
[2] Esta historia estremecedora es contada en Shoah por un testigo de los hechos. Los judíos checos fueron mantenidos con vida durante semanas, para sorpresa de los más veteranos de Auschwitz, en un campo paralelo. Poco a poco la verdad se fue abriendo camino, y los confiados checos fueron informados de que, en realidad, estaban ya muertos bajo condición suspensiva. El día en que finalmente fueron introducidos en el vestuario, antesala de la cámara de gas, los judíos se enfrentaron a sus captores cantando el himno checo. A continuación fueron asesinados.
[3] ”La administración alemana no tenía un presupuesto especial para la destrucción, y en los países ocupados andaba escasa de personal. En general no financió los muros de los guetos, no mantenía el orden en las calles de los guetos, y no elaboraba las listas de deportación. Los supervisores alemanes pedían a los consejos judíos información, dinero, mano de obra o policía, y los consejos les proporcionaban estos medios todos los días de la semana. La importancia de esta función judía no les pasó por alto a los órganos de control alemanes. En una ocasión un dirigente alemán instó a que se ‘mantuviera y se fortaleciera la autoridad del consejo judío en todas las circunstancias’”. Raul Hilberg. La destrucción de los judíos europeos.
[4] Decano de los judíos. Título que ostentaban los máximos dirigentes judíos en Theresienstadt.
[5] Citado por Raul Hilberg.

IMÁGENES
1) Un partido de fútbol en Theresienstadt. Imagen tomada de un documental de propaganda; 2) Niños judíos en Theresienstadt. Documental de propaganda nazi rodado tras la visita de la Cruz Roja en 1944. 3) En esta imagen la propaganda se ha desvanecido, y muestra a un prisionero de Theresienstadt, tras la liberación del gueto, entre dos indignados miembros de la Cruz Roja (que se habían indignado mucho menos el año precedente). 4) El decano judío de Theresienstadt Paul Eppstein. A su izquierda, Benjamín Murmelstein. 5) Chaim Rumkowsky en Lodz.

VIDEO: En esta película de propaganda nazi puede verse a los judíos de Theresienstadt, bien alimentados, trabajando al son del can-can.

Comentarios

nonpossumus ha dicho que…
Qué bien explicado, Navarth.

Imagino que conoces los diarios de Klemperer. Es una obra valiosa precisamente porque narra la cotidianidad de la vida en una ciudad mediana del Reich. En el primer tomo, el protagonista habla más de su gozosa experiencia conduciendo el automóvil que acaba de comprar o de los problemas causados por la construcción de su casita en las afueras que de los disgustos que les causan los nazis, los cuales van ocupando el centro de la escena progresivamente. El segundo tomo, con la guerra ya avanzada, se centra en la estrategia para sobrevivir. Mientras sus amigos y familiares van desapareciendo en dirección al este, él se las arregla para seguir viviendo entre un sinfín de penalidades, librándose de la deportación por su matrimonio con una mujer aria*.

En este ambiente, las menciones a las autoridades judías son constantes. Asoma un aspecto de la colaboración con los nazis que debe ser tenido en cuenta: su utilidad en la resolución de la infinidad de gestiones diarias, cotidianas, que los judíos les solicitan, desde enviar una carta al extranjero hasta obtener carbón, lograr un trabajo, que alguien arregle una cañería, ir a un dentista o enterrar un familiar. En 1945, de la pequeña población judía de Dresde anterior a la guerra queda una minúscula parte que se salva de milagro debido al caos provocado por el bombardeo de la ciudad, pero durante la contienda a ningún miembro de la comunidad** se le habría ocurrido poner en duda la utilidad de contar con sus propias autoridades, una ventanilla a donde acudir para cualquier trámite o gestión y no ser escupido, gritado, insultado, golpeado o vejado de cualquier otra manera.

Aunque, como bien dices, la clave está en que a las víctimas siempre se les dio conscientemente la posibilidad de elegir un mal menor. Siempre, hasta la antesala de la cámara de gas, existió un mal menor inmediato al que poder agarrarse.


*Hay un tercer tomo, no traducido al castellano, que da cuenta de su existencia bajo la Alemania comunista. Un final apasionante para una vida apasionante (¡quién se lo iba a decir al pacífico filólogo!). Pero esa es otra historia que aquí no viene muy al caso. Tal vez en otra ocasión.

**Convertida en tal por los nazis, pues hasta entonces, como es sabido, la mayoría de los judíos alemanes no se sentían miembros de otra comunidad que la alemana. Es Hitler quien los hace judíos.
viejecita ha dicho que…
Estupendo Don Navarth
Muchas gracias
Tengo un libro de Montserrat Roig "Noche y Niebla" los catalanes en los campos nazis.
En ese libro decía que según Neus Catalá, ella había sobrevivido en su campo porque nunca había dejado de lavarse, por mucho frío que hiciera. Parece como si diera a entender que los SS de los campos, respetasen a los que no se dejaban abandonar, y luchaban por mantenerse humanos y dignos.
Es un poco como culpabilizar y despreciar a las víctimas por aceptar ser víctimas.

También Semprún contaba que cuando le habían hecho prisionero, le había salvado la vida el oficial que los clasificaba.
Porque Semprún era alto, rubio, de ojos azules y piel clara, guapísimo, y hablaba perfectamente alemán. Y cuando le preguntaron su oficio, dijo "estudiante", y el oficial le insistió una y otra vez en que de estudiante, nada, que cristalero. Así que Semprún acabó diciendo que bueno, que cristalero...
Y luego se dio cuenta de que gracias a haber declarado ese oficio, estaba en un grupo privilegiado dentro del campo, y que en cambio, a los estudiantes, les despreciaban, y acabaron todos gaseados...
navarth ha dicho que…
Querido Nonpossumus, muchas gracias.
Pues no, no he leído aún los Diarios de Klemperer, y con lo que cuentas veo que va siendo hora. Voy ahora mismo a pasar por Amazon. Sí que he leído La lengua del Tercer Reich, que está muy bien.

Viejecita, Ramón Pérez Maura no habla muy bien de la etapa de Buchenwald de Semprún. Creo recordar que dice que, si sobrevivió, fue porque era un “capo rojo”. Parece ser que los comunistas se protegían entre sí en detrimento del resto de los prisioneros.

Un abrazo.
viejecita ha dicho que…
Sí, claro:
Lo de Semprún, se lo oí y vi contar a él mismo, en el programa "Apostrophes " de Pivot, hace años de años. Pero uno se da siempre buenos papeles en sus propios recuerdos... Alto, rubio, de ojos azules, y guapísimo, lo seguía siendo entonces, y lo de que su alemán fuera perfecto, o que al menos sonara perfectamente, me lo creo también, que era "un chico bien" de aquella época. Aunque fuera comunista. Que el Che también era un "chico bien" ....

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