Por Belosticalle
«Tenemos de religión justo la bastante para hacernos odiar, aunque no la
suficiente para hacernos amar el uno al otro.»
La cita es de Swift, y encima auténtica: inicio de su folleto, ‘Pensamientos
sobre asuntos varios’ [1]. La extensión de este opúsculo viene a ser igual
que la de los ‘Pensamientos’ más los ‘Apuntes íntimos’ de Sabino
Arana [2]. De las sustancias respectivas nadie dirá lo mismo.
Por desgracia, ahora toca Sabino, no Swift. Y ya que hemos rozado su mitomanía religiosa
aplicada al plano político, veamos de profundizar en el fenómeno, con su
consecuente mística del odio como virtud política teologal.
El Tratado Teologiko-Politiko sabiniano
Los hermanos Arana, Sabino sobre todo, impregnaron de verbo religioso su
proyecto político. Esto no lo inventan ellos, era bastante normal entonces en
la retórica de partidos confesionales: integristas, carlistas, neocatólicos…
Trasladaban a la palestra política la peor apologética católica del siglo
XIX, olímpica y agresiva, con ramalazos de odio teológico.
La novedad del tándem Arana-Goiri fue su extremismo histriónico
paranoide, con una visión pseudo-cósmica maniquea, religiosa y bélica. Su
mitología patriótica y su automito profético-redentor no escaparon a ese
dualismo militante, asimilado en la familia y en el colegio. Su política es
religión, en versión católica integrista. Su mito ‘Euzkadi’ es historia
sagrada. Euzkadi es el pueblo de Dios, regido por su Ley Vieja.
Para Sabino, la finalidad del hombre es es Dios, la salvación
eterna. Esto en el plano individual. Pero todo individuo pertenece naturalmente
a un linaje y pueblo, que en cierto modo es vehículo de salvación colectiva: «Caminar
a Dios: este es el fin de todos los pueblos» [3].
Lo singular del fenómeno vasco deriva de la singularidad de este pueblo,
superior a cualquier otro de la Península, y del mundo entero, por su
antigüedad de origen y solar, pureza de sangre, religión, lengua, libertad y
leyes propias.
Allá otros pueblos y su destino; la única patria/iglesia de los vascos
es Euskadi. Y así como la Iglesia de Cristo se define por cuatro ‘notas’ –una,
santa, católica y apostólica–, cuatro también definen la patria/iglesia
terrenal Euzkadi:
«Dios, Ley, Raza, Lengua:
he aquí los cuatro elementos inseparables de la entidad de nuestra Patria.
1. Dios, esto es, la Religión Católica Apostólica Romana íntegramente
manifestada en la teoría y en la práctica, en las leyes y en las costumbres y
usos.
2. Ley, esto es, la ley tradicional, pura, sin sujeción a Estado alguno,
absolutamente independiente, sólo dependiente de las leyes divina y natural y
de las buenas costumbres y usos del pueblo como determinantes inmediatos de la
ley positiva.
3. Raza, a saber, la euskeldun pura y sin mancilla o mezcla de extraña
raza, y determinada por la naturaleza de los apellidos.
4. Lengua, esto es, el Euskera perfectamente definido y depurado de
parásitos que le afean.
Los tres últimos elementos, Ley,
Raza y Lengua, que pueden reducirse a uno como positivos que
son, e ir incluidos en la idea de ‘Ley’, forman el cuerpo del
Estado. El elemento Dios, constituye su espíritu.
Y así como el cuerpo debe
sujetarse al espíritu, y los fines inferiores subordinarse a los superiores,
así también el segundo elementos de nuestro lema, Ley, debe
subordinarse al primero, Dios.
En la idea de Dios se
encierra, pues, nuestro ideal, el objeto de nuestro amor patrio.» [4]
Dios, Patria, Ley, tríada indivisible:
«No se puede atacar a Dios en
Euskelerría sin atacar la existencia de este Estado, ni se puede destruir éste
sin atentar contra Dios.
Y esta idea de Patria, que es
aplicable de deber a toda otra nación, lo es a la nuestra de
hecho; pues desde el origen de nuestra raza, los elementos de Ley y Dios han
sido inseparables, y de la naturaleza indicada.» [5]
Y termina (este pensamiento y ‘Pensamientos’) con esta efusión
patrio-devota, digna de un libro de lectura escolar:
«¡Cuán grande es nuestra
Patria! ¡Gracias, Dios mío!»
La Verdad es única: «Jaungoikua eta Lagizarra» (‘Dios y
Leyvieja’), abreviado JEL. El profeta de JEL es Sabino. La
salvación de los vascos como pueblo pasa por JEL. Los fieles de JEL forman
un cuerpo místico, Euzkadi, en el seno de una iglesia militante visible,
el Bachoki primero, el PNV después. Por lo demás, «Solo JEL
basta.» [6]
La jerarquía de valores fundamentales reza así:
«Nosotros, para la Patria, y la Patria, para Dios»
Esa es la voluntad de Dios, descubierta por los hermanos Arana.
Teología del odio salvador
El lema sabiniano JEL sería inocuo si no fuese maniqueo de
origen. La fórmula en sí es la expresión de un plan divino, que versa sobre un
mito cósmico dualista, de buenos y malos.
Tal mito y lema obliga a odiar cordialmente todo lo que se oponga o se
interponga en esa «unidad de destino en lo universal», por decirlo
en fórmula no menos rimbombante, aunque ya de la siguiente generación [7].
Como cristianos, saben que el mandamiento primero es amar; pero como
integristas católicos saben también que la Verdad/Bondad absoluta está en
guerra con enemigos mortales irreductibles. A éstos hay que odiar, si no para
destruirlos –empresa imposible–, para tenerlos a raya, pero sobre todo para no
hacerse como ellos.
Euzkadi, conjunto de los vascos en su tierra vasca, está en
guerra con el enemigo invasor, España/Maketania. El enemigo tiene un
plan diabólico y un arma no menos diabólica. Su arma: un virus letal
encapsulado en cada maketo, portador de semen maldito, de apellidos nefandos,
instintos bestiales, costumbres infectas. Su plan: invasión masiva
de maketos, hasta la degeneración total y la extinción del pueblo vasco.
Con su tesis conspiranoica, los perfectos adanitas que son estos
hermanos Arana irrumpen como misioneros autoenviados por Jaungoikua para
gestionar en exclusiva la salus populi. Ellos en exclusiva, esto es, no
sólo contra el maqueto, sino también frente al maketófilo, llámese
carlista, fuerista, regionalista, euskalerríaco etc.; nada digamos del liberal,
socialista etc., que mayormente coinciden con el maketo.
Sabino Arana ha dejado tras de sí fama de gran sembrador de odio. Habría que tener a mano unas concordancias de su obra escrita, o mejor
la obra completa en OCR, para contar las veces que invadió el campo semántico
del odio, desprecio, rechazo, enemistad…; en primera persona y enfilando a
‘enemigos’ nada ideales, todos de carne y hueso.
Por lo demás, de tal siembra, tal cosecha. Si su odio fue sólo retórica,
si sus adeptos han tomado el rábano por las hojas, qué más da: el odio que
practican es sincero, incluso mortal.
Pero vamos a ver, ¿tan malvado, requetemalvado, era el buen Sabin? ¡Qué
va! Su odio era, por así decirlo, profesional. Fuera de su horario de trabajo
como hombre público, en la intimidad era todo bondad, con efusiones de amor
universal. ¿Odio, él?:
«Nunca debe el hombre odiar o
aborrecer al malo; porque es ilícito todo ataque a la personalidad. Pero sí se
debe aborrecer y odiar el vicio y el error del hombre malo… […] Haz
siempre todo el bien posible a tu prójimo…»
Otra cosa es que, por sus grandes amores, le guste ser odiado. Era la
medida de su importancia social:
«¡Feliz, dichoso yo si llego a
tener muchos enemigos que lo sean de la Iglesia, muchos que lo sean de Bizkaya!
Sólo entonces podré llamarme con razón católico y patriota.»
Esto escribía Sabino en enero de 1889. En mayo, con la Naturaleza en
flor de promesas, los ansiados enemigos no brotaban por ninguna parte. Seguía
siendo un Don Nadie:
«Nada he debido de hacer a
favor de Bizkaya, pues aún no tengo enemigos. Esta idea me apena
profundamente.»
Sabino no odia por gusto, aunque necesita enemigos que le odien a él.
Quiere la paz, pero el cuerpo le pide lucha:
«Si mi Patria fuese feliz,
iría a buscar la lucha entre los leones del Atlas, el oso gris y el tigre de
Bengala . Pero los enemigos de mi Patria son en verdad más indomables que el
león, el tigre y el oso.»
Este pujo cinegético inspiró a Juaristi unas páginas hilarantes sin
odio, sobre ‘Tartarín en Vizcaya’ [8]. Pero a lo nuestro: ¿Qué Sabino no
odió? He de conformarme con un espigueo aleatorio:
«Nosotros a ningún maketo, a
ningún españolista odiamos tanto como al español que, conociendo de alguna
manera la historia de Bizkaya, se la da falseada, adulterada y españolizada al
pueblo bizkaino…» [9]
«Los bizkainos que queremos la
restauración de nuestra antigua Patria aborrecemos a España… por cualquier lado
que la miremos. Y este mismo odio nos tienen los españoles.»
«Ya ve El Basco que en odio al español como invasor, andamos muy
cortos los bizcainos patriotas de hoy, comparados con aquellos de otros
siglos.» [10]
Y no es que en el ardor de la polémica política al periodista Sabino se
le caliente la pluma. También en frío, en sus catecismos como en las
orientaciones de partido, fue un atizador de odio. Por ejemplo, en los ‘Deberes
fundamentales del Nacionalismo Bizkaino’ se dice que todo afiliado
«trabajará diligentemente… por mantener la pureza de
la raza en su familia y en aquellos a que alcance su influencia, y dificultar
la invasión española, haciéndole aborrecible al español la vida en Bizkaya
mediante el desprecio y el aislamiento». [11]
No es menester acumular más y más textos, siempre reiterativos. El
mandamiento del odio al ‘otro’ es explícito y universal, motivado básicamente
por motivo religioso, en cuanto que ‘el otro’ interfiere con el proyecto
salvífico sabiniano y se opone a la voluntad de Dios.
Los textos donde Sabino predica el amor y parece excluir el odio entre
humanos sólo pueden entenderse como un desiderátum para cuando la Patria sea
libre. Y esa contradicción aparente de textos salidos de su misma pluma viene a
confirmar que el antimaquetismo preconizado no es circunstancial,
coyuntural o abstracto, sino esencial y necesario, con base religiosa. Odio que
no distingue entre España y el Estado español, provincias, grupos o individuos.
«Haz siempre todo el bien posible a tu prójimo». Sí, pero, como en la parábola del Buen Samaritano, ¿quién es mi
prójimo? Uno de los textos más debatidos sobre el particular se titula ‘Egundokua’.
Es el cuento del jebo o bato –el aldeano vascongado puro–,
que llegando a Bilbao se dirige al alguacil maqueto, preguntando en vascuence
por el hospital, donde tiene al hijo enfermo. El guardia enfadado le replica
que deje de ladrar y hable en cristiano. «Baña nik ezdatik erderaz!»
(¡pero si no sé en otra lengua!), se excusa el rústico.
El chascarrillo es aquí apólogo, con su moraleja:
«Si algún español te pidiera
limosna, levanta los hombros y contéstale, aunque no sepas euskera: nik eztakit erderaz (yo no entiendo el español).
[…]
Si algún español que
estuviese, por ejemplo, ahogándose en la ría, pidiese socorro,
contéstale: nik eztakit erderaz.»
La conclusión no puede ser más cristiana: «ojo por ojo y diente por
diente» [12].
La cáscara vacía
En el sistema teológico-político sabiniano, el único ‘elemento’
definido con claridad es, paradójicamente, Dios. Lo trascendente se hace
palpable aquí como familiar Jaugoikua, y en su avatar más integrista y ‘carca’
habita en Euzkadi. La fe católica y los dictados de la Iglesia regirán la
futura patria libre. El primer elemento del lema JEL, o sea, Jaungoikua,
implica:
«la constitución de Bizcaya como Estado esencialmente
católico-apostólico-romano, que encamine derechamente a las familias y a los
individuos, sus elementos, a la consecución del fin último del hombre, que es
el mismo Dios… Bizkaya, pues, ha de acatar y obedecer cuanto la Iglesia
Cristiana de Roma enseña y ordene, y ha de rechazar cuanto ésta repruebe y
condene.» [13]
Por el contrario, lo que debería estar más claro para todo el mundo,
creyentes o no, que es la ‘Ley’ o constitución de ese estado
Euzkadi, se queda en la inconcreción más desoladora, sin precisar siquiera la
forma de gobierno y participación social, poderes y separación de los mismos…
Lo dejo así, porque la República Sabiniana merece estudio aparte, donde se
discutirá también el papel relativo de los otros dos elementos, Raza y Lengua.
Ahora bien, decir que Sabino Arana ha dejado claro y concreto un
concepto, aunque sea uno solo en toda su vida, es hacer de menos su condición
proteica irracional. Cierto que ha escrito, en otro ‘pensamiento’, «dad a
Dios lo que es de Dios, a la Patria lo que es de la Patria» [14]. Pero El
Reglamento del Bachoqui, ya desde su boceto, establecia para Bizkaya:
1. «Una clara y marcada distinción entre el
orden religioso y el político, entre lo eclesiástico y lo civil».
2. «Una perfecta harmonía y conformidad entre el orden
religioso y el político, entre lo divino y lo humano».
3. «Una completa e incondicional
subordinación de lo político a lo religioso, del Estado a la Iglesia».
Inquietante, incluso para los nacionalistas.
Ya en los últimos años del fundador aparecen textos más tajantes en
cuanto a separación e independencia Iglesia-Estado [15]. La realidad es que «en
la práctica, la separación entre lo político y lo religioso no se tuvo en
cuenta» [16]. ¿Para qué? En caso de conflicto con la jerarquía
eclesiástica, Sabino siempre tenía a mano el ‘pase foral’ («se obedece, pero no
se cumple»).
La consecuencia de semejante engendro se veía venir. Con la
secularización, cualquier sociedad racional desecha o fagocita la exuvia
religiosa, y tras un reajuste discreto y poco o nada traumático de su
estructura laica sigue su andadura. Aquí no. La sacralización y divinización
del mito Euzkadi con sus «elementos inseparables» –en la medida en que
se ha mantenido en serio el mito–, se ha traducido en una transferencia de la
sacralidad al nuevo espíritu seglar de Euzkadi. Del totalitarismo de derecho
divino al totalitarismo de derecho sabino, cuya implantación está en marcha.
Queda por ver por dónde y hasta dónde llevamos el experimento
patriótico, sin descuidar cómo se nos gestiona nuestro deber vasco de odiar.
____________________________________________
[1] ‘Thoughts on Various Subjects’.
The Works of Dr. Jonathan Swift. Edinburgh,
A. Donaldson, 1761. Vol. 4, págs. 383-392.
[2] J.
Corcuera y Y. Oribe, Historia del Nacionalismo Vasco en sus Documentos (HNVD),
1: 107-116 (‘Apuntes íntimos’), 117-120 (‘Pensamientos’).
[3]
‘Pensamientos’; HNVD 1: 117.
[4]
Ibíd., pág. 120] El lema carlista-fuerista era ‘Dios y Fueros’
(traducido como ‘Jaungoikoa eta Foruak’.
[5]
Sabino extrae este corolario práctico: «Luego no puede ningún euskeldun ser
fuerista siendo liberal, pues peca contra Dios; ni puede ser católico siendo
carlista, pues peca contra su Patria.»
[6] La
máxima, calcada de santa Teresa («Solo Dios basta») sirvió de título al
folleto de propaganda nacionalista de Ceferino de Jemein, ‘Amandarro’, Solo JEL basta (Bilbao, E. Verdes, 19**).
Este
heredero espiritual de Sabino se habría escandalizado ante la estatua del
Maestro erigida en Bilbao, cuya peana silencia lo esencial para quedarse con lo
accesorio de su doctrina:
«Hay que destruir esas modernas teorías pseudo-nacionalistas que afirman
que el eje central de las enseñanzas de Arana-Goiri estriba en esta afirmación:
EUZKADI ES LA PATRIA DE LOS VASCOS. Porque esto no es así. Porque el eje
central, y la idea madre, y el programa íntegro, netamente nacionalista, vasco
y además humano –ya que tanto se habla hoy de humanismo- es este otro:
JAUN-GOIKUA ETA LAGI-ZARRA.» (O. cit., pág. 6)
[7]
A los nacionalistas vascos les molesta que se les apliquen marbetes
ajenos, soy consciente y lo entiendo, porque todo nacionalismo por definición
se siente único, irreducible. En particular, los aberchales afectan
repulsa total al ideario de un ‘fascista’ como José A. Primo de Rivera y su
‘Falange Española’. Desde fuera, sin embargo, al no nacionalista se le escapa
esa supuesta singularidad, sea del nacionalismo español, catalán, etc., salvo en
el énfasis religioso del nacionalismo sabiniano. ¿O será que los nacionalistas
vascos de hoy no se reconocen en Sabino? Es lo que estamos examinando.
[8] El
bucle melancólico, Espasa, 1997, págs. 143 y sigs.
[9] Bizkaitarra,
nº 22. El tipo del maisu, el maestro de escuela maketo, fue para los
vizcaitarras muñeco del pimpampún, cabeza obtusa en competencia con el tonto
del pueblo, pero siempre un malvado antivasco. Lo mismo hizo el reverendo Azcue
con su personaje de Vives, en su zarzuela ‘Vizcaitic Bizkayra’, tan
aplaudida por el bando de Sabino, hasta que se pelearon con aquel cura de los
euskalerríacos, vendido al capital, el capellán de postín entre las damas de la
sociedad bilbaina.
[10] ‘El
Basco’ (Bizkaitarra, nº 22, 24-02-1895)
[11] Hoja
autógrafa de Arana, 5 de mayo 1896; HNVD 2: 43 y 97.
[12] Bizkaitarra,
nº 29 (20-06-1896). El título del chascarrillo, egundokua, pertenece a
la neoparla sabiniana, con el sentido más o menos de ‘barbaridad, enormidad’.
[13]
Directrices de Sabino Arana para el reglamento del ‘Euzkeldun
Batzokija’; HNVD 1: 74.
[14] «…
y al pueblo tirano lo que se merece», añadía a guisa de coda, aunque
arrepentido lo tachó.
[15]
Algunos se incluyeron en las Obras Completas de S. A., aunque su autenticidad
es dudosa para Javier Corcuera y Yolanda Oribe; HNVD 2: 46-49.
[16]
Ibíd. 2: 49.
[17]
‘Amandarro’, Solo JEL basta, l. cit., pág. 6.
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