“En lo más profundo de su ser, no sólo en palabras sino también en hechos, el revolucionario ha roto cualquier vínculo con el orden social y el mundo cultivado, incluyendo todas sus leyes, propiedades, convenciones sociales y reglas éticas. Es un enemigo implacable del mundo, y si continúa viviendo en él, es sólo para destruirlo más eficazmente” Sergei Nechayev. Catecismo del revolucionario.
“Estamos llamados a destruir, no a construir; otros mejores, más inteligentes, menos anquilosados, construirán.” Mijail Bakunin.
He aquí un proyecto ambicioso: contar la historia de los movimientos revolucionarios que florecieron en Rusia en el siglo XIX y principios del XX. Desde luego, ya se ha escrito mucho (y con mucho más conocimiento del que podría aportar yo) sobre el asunto, pero, en mi opinión, normalmente se cometen dos errores de partida. Uno, analizarlos exclusivamente como construcciones racionales. Dos contemplarlos, con simpatía, entendiendo que tenían razón. Ambos errores tienden a reforzarse entre sí.
El primer error se produce cuando el autor entiende que, puesto que los revolucionarios crearon sus propias doctrinas, la mejor manera de entenderlas es exponerlas y analizarlas. Esto es lo que hace, por ejemplo, Franco Venturi en su documentadísimo libro “Las raíces de la revolución”. Desde este punto de vista se considera, por ejemplo, que, en Bakunin, es decisivo haber leído a Hegel y Fichte, a partir de los cuales desarrolló su propia teoría. Un problema de este enfoque es que obliga a leer muchísimo (incluso a Hegel), pues los líderes revolucionarios solían ser prolíficos. Y, con frecuencia, a nuestros ojos, lo leído es sumamente denso pero con poca enjundia. He puesto dos ejemplos al comienzo de estas líneas a modo de test: en la actualidad, no dedicaríamos mucha atención intelectual (policial probablemente sí) a quien manifestara esas opiniones. ¿Somos, pues, más listos que Bakunin? Rotundamente no: Bakunin poseía una mente poderosa. ¿Cuál es, entonces, la explicación del embrollo? En mi opinión, esta: omitir la importancia de la moda.
La moda intelectual de la época apuntaba a Francia y a la Ilustración. El hombre se había convencido de que era racional, y de que con la razón se podía diseñar un mundo nuevo. Había llegado a la conclusión de que el mundo en que vivía era un compendio de maldad, y de que con la mera fuerza de su razón podría construir uno nuevo. De un lado, existía un mundo habitado por personas mezquinas y sin amplitud de miras; del otro, los revolucionarios destinados a barrer el mundo y elevar al hombre a su máxima plenitud. Estas imágenes definían la realidad, y era importante no ser encuadrado en el lado malo. Era imprescindible no ser confundido con un reaccionario. Eso explica la imperiosa necesidad de adoptar y exhibir el uniforme ideológico adecuado. Hablamos, pues, de moda, y no especialmente de razón. Hablamos de una de las más potentes fuerzas emocionales: el mimetismo.
Esto explica nuestra primera perplejidad: no somos más listos que Bakunin, pero podemos ver con más claridad que él porque no estamos sometidos a los mismos espejismos (nosotros tenemos los nuestros) Ahora podemos ver los argumentos fuera del influjo de la moda del momento, y, con frecuencia, el efecto es tan devastador como contemplar ahora unos pantalones de campana. . El enfoque de las ideologías como uniforme ideológico también explica que la revolución prendiera fácilmente en las universidades, pues los jóvenes son especialmente sensibles a la agregación mimética. Y es interesante observar como la moda política, entendida como el afán de adoptar un uniforme que garantice ser admitido en el grupo de los privilegiados, se extendía a su campo habitual, el vestuario:
“Desdeñando las muselinas, plumas, parasoles y flores de la mujer rusa, la arquetípica militante del credo nihilista en la década de 1860 vestía un sencillo traje oscuro de lana, que caía recto y suelto desde la cintura, con cuello y puños, y la persona usaba frecuentemente gafas oscuras (1)”
En los hombres funcionaba una etiqueta igual de rigurosa. La indumentaria de las nihilistas no era favorecedora, pero con ella pretendían enfatizar su ruptura de la mujer tradicional. Por otra parte, esta uniformidad de los nihilistas facilitaba notablemente la labor de la policía, por lo que fueron abandonándola. En la actualidad también nosotros tenemos un buen ejemplo de mimetismo ideológico e indumentario en ETA y sus alrededores.
Por cierto, he comentado que en la aproximación tradicional al estudio de los nihilistas los autores suelen cometer dos errores, y el segundo es tratarlos con simpatía. Pues bien, la razón de ello es que la moda ideológica ha cambiado, pero no del todo. La izquierda sigue dominando la moda política actual, y la presión hacia este uniforme ideológico que nosotros padecemos es heredera de la de entonces.
(1) Richard Stites. The Women’s Liberation Movement in Russia – Feminism, Nihilism, and Bolshevism 1860-1930 .
Imágenes:
1.- Ilya Repin: el cónclave de los revolucionarios.
2.- Ilya Repin: estudiante nihilista.
3.- Vera Zasulich, Vera Figner y Sofía Perovskaya
4.- Ilya Repin: el arresto
Comentarios
Sds Nodoycrédito.
Estos espectáculos tan chuscos hacen que uno añore el nihilismo al que usted hace referencia, como si de un movimiento intelectual se tratara.
Sds Nodoycrédito.