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POLÍTICA Y ETIQUETA

Ahora en España la gente no sólo pasa de la política, sino que mira con recelo al que no lo hace. Actualmente una persona que adopte una posición firme en cualquier asunto político tiene grandes posibilidades de acabar siendo considerado un exaltado, aunque la posición defendida sea perfectamente razonable y moderada. Hay muchas personas inteligentes que en cuanto la discusión alcanza el terreno político adoptan la consistencia de amebas, y entienden que lo correcto es contemporizar y, sobre todo, no alarmarse en exceso. No sé de dónde proviene esta tendencia: de la doctrina del justo medio, de la creencia en que una tesis y su antítesis acaban formando una síntesis (por lo que no merece mucho la pena cansarse defendiendo cualquiera de aquéllas), de un afán estético por la equidistancia, o de una tendencia natural el pasteleo. El caso es que parece haberse extendido una regla de etiqueta que establece que sudar mucho por la política es de mal gusto. Supongo que por eso ha triunfado tan espectacularmente estrategias tan burdas como la de la crispación, que el PP asumió con entusiasmo, o la del reparto de culpas entre un Gobierno que ha llevado a España al desastre y una oposición sistemáticamente marginada por aquél.

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