Por si a alguien le quedaban dudas, Mariano Rajoy ha hecho unas previsibles declaraciones: "Yo soy el que ha sido siempre, pero creo que en la vida, de cuando en cuando, hay que moverse". Y ha añadido que lo que no puede hacer el PP es "no moverse y estar siempre en el mismo sitio" porque eso, avisó, "no lo hace nadie en ninguna faceta de la vida". Pero ¿qué ha cambiado entre antes de las elecciones y después de las elecciones para justificar este cambio? Pues, precisamente, el resultado de las elecciones. Rajoy apuesta así porque las posiciones del PP sean utilitaristas en lugar de estar determinadas por unas convicciones. ¿Y qué hacemos con éstas? Pues parece que deben ser sustituidas por el partitocentrismo, como ya hizo en su día Zapatero y le ha servido perfectamente. Según este punto de vista, las convicciones y los valores son relativos, y son definidos por la posición del partido en cada momento que, de este modo pasa a ser el astro alrededor del cual giran todos ellos. Falta un pequeño detalle para que el mecanismo funcione correctamente: la fe de los votantes, que deben confiar ciegamente en su líder. Como hicieron los votantes de Zapatero, que lo han seguido en sus vaivenes cósmicos como leales cuerpecillos celestes o, quizás, como detritus estelar. Soraya ya intentó que los del PP siguieran un camino similar, y en una de sus primeras declaraciones hizo una apelación a la fe en el partido. Preveo, por tanto, que la próxima campaña electoral del PP será encargada a Los del Río, que nos dirán eso de que “si los políticos, que son los que saben de estas cosas, dicen que hay que cambiar ¿quiénes somos nosotros para opinar lo contrario?”
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